El lugar siempre es el primer creador del proyecto y no el arquitecto como muchos piensan. De hecho la idea suele estar en el propio terreno, simplemente hay que ir varias veces, escucharlo, entenderlo y encontrarlo. Pero el proyecto normalmente ya existe.
Lo mismo ha pasado en esta ocasión. Un terreno en un valle precioso, inmenso e infinito. Con vistas al Montgo y al castillo del Ocaive. Un entorno natural pero histórico. 

El mensaje del proyecto es una respuesta de mínimo impacto en el paisaje. Constructivamente, un voladizo de más de la mitad de la casa deja respirar y penetrar la naturaleza por debajo de la casa hasta el propio patio interior. Visualmente, la casa se desarrolla a partir de la cota de la calle hacia abajo. Es decir que cuando vas paseando por esa calle arbolada solo ves el valle, las montañas y un plano horizontal de vegetación que es la cubierta de la casa enmarcada en todo su entorno.

Pero espacios tan abiertos necesitan la protección de una fuerte interioridad, y qué mejor en este paraje de pinos mediterráneos que nuestro querido patio. Un elemento que proporciona seguridad, intimidad y, además, participa en la climatización natural de la propia vivienda. Una reinterpretación de la arquitectura mediterránea permite sustituir la fuente en el centro por una piscina que además de ayudar a climatizar las estancias se introduce debajo de la casa hasta descubrir el paisaje enmarcado por el mismo forjado de la construcción.

¿Y los soportales? La circulación alrededor del patio sigue existiendo, por dentro de la casa, pero estos soportales que antes protegían de la lluvia ahora se extrapolan a la fachada de toda la casa y crean un corredor exterior que permite agrandar cualquier estancia en días calurosos.

Y el resultado es este elemento tectónico pero que parece volar, como si de la montaña saliese una roca que poco a poco el hombre ha conseguido modelar para convertirlo en su propio hogar.

La ingravidez de lo tectónico.